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De cómo Venezuela nació en cuna militar

Elías Pino Iturrieta | 23/08/2021

La crítica del militarismo y de la subestimación del civilismo ha sido recurrente en Venezuela, hasta el punto de que giren en su noria la mayoría de los entendimientos de las formas de dominación desde principios del siglo XIX. Se tratará ahora de escapar de ese corral, para intentar una mirada capaz de sugerir un entendimiento diverso del fenómeno. Se quiere ofrecer en adelante la posibilidad de una comprensión inhabitual de la influencia del poder militar y del rol jugado por los civiles en la construcción de la República, susceptible de poner el asunto en lugar adecuado, aunque seguramente incómodo. Ojalá resulte convincente, u ofrezca material para el debate.

Una genealogía oculta

¿Quiénes hacen la República, cuál factor esencial nos concede autonomía y nos ubica en el sendero que se caminará en adelante? Los militares y la fuerza que representan. Si tal es la respuesta, se comienzan a tambalear las críticas sobre la preponderancia de sables y charreteras hasta nuestros días. La consideración de la República como una creación esencialmente militar no solo desafía a quienes lamentan el encumbramiento de los hombres de armas, sino que también explica con contundencia su influencia en la época y en la posteridad. La derrota del imperio español no fue asunto de retórica, ni  producto de la expresión de ideas sino apenas en una mínima parte. Acabar  con los realistas no dependió de los escritos de los próceres, poco influyentes en una sociedad de analfabetas habituada a la administración de la Corona. Hacían falta mesnadas de lanceros a caballo, que no existían, pero que la urgencia de la revolución sacó de la nada con éxito indiscutible.

Estamos así ante un tema digno de atención: La independencia política no solo dependió fundamentalmente del éxito en los campos de batalla, sino también de crear los elementos capaces de acabar con el enemigo. De allí que sea el Ejército Libertador la primera creación de la sociedad venezolana, su aporte estelar a la historia universal. Es cierto que corre entonces la tinta de los periódicos de tendencia moderna y se divulgan propuestas de orientación liberal, capaces de permanecer en el futuro; es cierto que destaca un elenco de pensadores que proponen un establecimiento separado del antiguo régimen con argumentos dignos de atención, y de continuidad, pero necesitan del derramamiento de sangre para aterrizar. La sociedad fabrica un ejército para que desciendan las ideas fundacionales, para que se conviertan en realidad algún día. Sin el trabajo de un ejército que no formaba parte de la cotidianidad, pero que se debió materializar como única alternativa concreta para las formas políticas que se proponían, todo hubiera quedado en “repúblicas aéreas”, en domicilios efímeros.

La transformación de la sociedad desde 1811, la creación de Colombia a partir de 1819 y el retorno a las fronteras de la Antigua Venezuela en 1830, se deben a las fuerzas militares. Sabemos de periódicos y pensadores que entonces hacen su trabajo, y de labores constitucionales cuyo origen no es el cuartel y sin las cuales no se pueden tallar las piezas de una arquitectura en evolución, pero lo medular de la fábrica es hecho por una colectividad en armas y por los capitanes que la dirigen. Si se considera que fue más importante la decisión de los campamentos que los discursos de los congresistas, no se exagera. El asunto del papel real de los civiles en la época se debe revisar con mayor pausa, para evitar una subestimación pedestre, pero un inventario ecuánime en torno a los factores que influyen de veras en la realidad, necesariamente inclina la balanza hacia el Ejército Libertador que la sociedad ha creado cuando propone una nueva etapa de cohabitación. Cuando aceptemos tal realidad, cuando verifiquemos cómo aquel no fue tiempo de levitas sino de casacas hechas en casa a la medida; ni de bonetes sobre charreteras, ni de plumas orientando a las bayonetas, haremos las paces con el origen y entenderemos sin prevenciones la carga inevitable de las raíces.

El padre y los hijos

Lo cual obliga a la consideración del Padre de la Patria como lo que fue de veras: Un hombre de armas, pese a los empeños puestos en su maquillaje. Como si molestara el hecho de una paternidad ataviada con los arreos de la guerra y distinguida por el más elevado escalafón castrense, lo hemos vestido de escritor famoso y de legislador infalible, de pensador ilustrado y de buscador de talentos en el ámbito civil, para ocultar los horrores de la Guerra a Muerte, la devastación de la sociedad y la imposición de una voluntad personal que solo la muerte pudo domeñar. De allí que en la mayoría de sus estatuas, copiadas del mármol que corona su mausoleo, Simón Bolívar aparezca con un púdico pergamino en la mano, es decir, con una señal de civilismo y de trabajo intelectual que lo distancia del prestigio esencialmente bélico. Pero la iconografía de la época desvela su procedencia y su vocación, lo pinta con las señales de autoridad que proceden de la vida militar y de los éxitos obtenidos en ella. Basta repasarla para llegar a la conclusión de que el artífice estelar de la República fue un hombre de armas y de que esa República fue una adquisición de su espada. Quizá cuando entendamos el punto sin gazmoñería, con la naturalidad propia de quien descubre una genealogía colectiva que no podía ser otra, comencemos a observar con ojos apacibles una cuna rodeada de bayonetas con los civiles en segundo plano.

Pero también debemos observar sin alarma las descarnadas peculiaridades de esa cuna, si no se juzgan desde las pretensiones civilizadas con las cuales el futuro quiso modelar a la sociedad. Como se asoma en el párrafo anterior, el ejército protagoniza entonces desafueros infinitos, abusos que no caben en estas letras por motivos de espacio y frente a los cuales la institucionalidad en ciernes queda arrinconada o sin efectos concretos. Los civiles no pueden modelar la nueva etapa histórica ni imponer su pensamiento porque la sociedad no se siente del todo concernida por su insólita actividad, porque se estrenan en un teatro que no les es familiar, pero especialmente porque se impone el capricho de los hombres de armas hasta extremos escandalosos.  No hay atropello que no protagonicen entonces la soldadesca y sus capitanes: matanzas sin justificación; asolamiento de poblaciones enteras; violaciones sexuales; numerosos motines; asaltos en campos y ciudades; ataques continuos de la propiedad privada, y el desprecio de la autoridad civil cuando trata de enfrentar los episodios de prepotencia y desenfreno. Los manuales de circulación corriente ocultan estos excesos, solo se refocilan en las batallas de Las Queseras del Medio, en Boyacá y en Carabobo, por ejemplo, para que no sepamos cómo tuvimos unos orígenes de fragilidad institucional y de predominio de la fuerza bruta susceptibles de determinar la marcha de la República después de la Independencia. Mientras no juzguemos con pareceres equilibrados esta singularidad, este capítulo inclemente  hecho entre todos en la hora del natalicio, no entenderemos la razón de su presencia ubicua en el futuro, ni cómo tuvo que moderarse para permitir la formación de un republicanismo cuya solidez también pudo determinar capítulos esenciales del porvenir.

El condominio afortunado

Cuando comienza la paz, después de las victorias en el campo de batalla, aproximadamente a partir de 1822, comienza un reacomodo que abre senderos capaces de conducir a un republicanismo que es apenas un boceto. ¿Qué importa ahora de ese reacomodo? La moderación de la conducta de los líderes militares, quienes deben variar el entendimiento de su rol debido a que han cambiado ellos mismos por los beneficios obtenidos en la contienda. Los más celebrados ya no son mandones ignorantes, sino personas relativamente relacionadas con la disciplina castrense, distanciados de la anarquía y de las tropelías debido a que perjudican su naciente autoridad, cercanos a la rutina de los despachos ministeriales y a la escritura de documentos de gobierno, expertos en paisajes y en gentes de otras latitudes. Pero sucede algo más importante todavía: se han convertido en propietarios de haciendas y de parcelas urbanas, algunos realmente opulentos. En el tráfago de la Independencia se han vuelto dueños de un recurso económico que debe sujetarse a reglas para afianzarse y multiplicarse. El salto de la pobreza a la riqueza, o a sus proximidades, los acerca a las regulaciones que despreciaban y burlaban, pero que ahora son la garantía de una preponderancia con vocación de perdurar. Un militarismo ajustado a las circunstancias, más atemperado y pulido, urgido de códigos y preceptos, puede hacer ahora la República que permanecía en el incómodo limbo colombiano.

También sucede una mudanza de importancia en la conducta de los civiles, quienes deben soldar el rompecabezas de la bancarrota dejada por la guerra y trazar planes para la superación de la economía. Una nueva generación de intelectuales y políticos, puesta ante los escombros materiales de la época, piensa desde la penuria de sus finanzas personales y promueve un inventario de la realidad con el propósito de convertirla en progreso y bonanza. Del pensar desde los aprietos de los bolsillos de cada cual, desde la precariedad de las desoladas haciendas, desde la carencia de comunicaciones para el transporte del producto de los negocios y de una educación pública destruida en la víspera, surge un proyecto de reformas liberales gracias a las cuales no se sustenta solamente la destrucción de la unidad de Colombia y del vínculo que los unía a Bolívar, sino la necesidad de tener, por fin, una república pendiente de los intereses de los comerciantes y los propietarios de fincas. De allí la forja de un establecimiento de cuño liberal que no solo supera los valladares materiales, sino que también funda un modelo de deliberación, eficacia administrativa y honradez en el manejo del erario que parecía de arduo arraigo. Una analogía entre la influencia de los civiles en el pasado reciente y la que ahora llega a metas tangibles, afirma la existencia de una evolución constructiva, o permite pensar en la posibilidad de que se ha pasado del ocho al veinte en el examen de fin de curso.

Así como Bolívar es el resumen del proceso anterior, ahora el general José Antonio Páez lo compendia con creces. Alrededor de su figura de héroe guerrero transformado en señor de la tierra y en promotor de emprendimientos lucrativos, giran los intereses de los civiles que procuran salir de la estrechez. Después de reunirse en una Sociedad Económica de Amigos del País y de iniciar análisis pormenorizados de la situación regional, proponen al “Centauro de los Llanos” un condominio que no solo acepta, pese a lo que puede tener de hierro para sus agallas, sino que también anima en círculos privados que salen de Caracas para extenderse hacia ciudades principales. Se llega así a un acuerdo de largo plazo, a través del cual, después de separarse del gobierno bogotano, las armas se comprometen en el resguardo de la propiedad privada y en la custodia de un nuevo ordenamiento constitucional, para que comience una reconstrucción de la sociedad y una renovación de los hábitos republicanos, o más bien una inauguración que no parecía accesible. El acuerdo entre militares y propietarios, respaldado por abundantes escritos en imprentas que multiplican sus entregas, conduce al asentamiento de una cohabitación de cuño liberal a través de la cual se supera paulatinamente el decaimiento material y logra el establecimiento un régimen deliberativo, respetuoso de las libertades que entonces se consideran primordiales,   cuidadoso de una administración pulcra, innovador en materia de nuevas profesiones y costumbres, que permanece durante dos décadas para que la sociedad alcance avances que permanecían en la esfera de las promesas.

¿Un pacto con el diablo?

Los alcances de la renovación se advierten en las elecciones presidenciales de 1835, ganadas por un médico eminente, José María Vargas, quien se impone ante los generales Santiago Mariño y Carlos Soublette, dos capitanes de importancia. Pero se trata de una victoria efímera, debido a que pretende desconocerla en un elenco de oficiales adeptos a Bolívar descontentos con la supresión del fuero militar, uno de los avances del designio moderno. Se produce así un primer choque entre el ala castrense que dirige Páez, casada con el proyecto liberal, y las fuerzas que ven por las prerrogativas ganadas en la guerra. Una fisura de importancia, debido a que finalmente conduce a una guerra de facciones y a la renuncia del mandatario civil; y a que se advierta en toda su magnitud, pese a los adelantos del republicanismo, el riesgo de la preponderancia de los hombres de armas.

Del suceso conviene destacar la redacción de un escrito que no advierte la aparición de un suceso pasajero, sino la primera manifestación de una influencia capaz de establecerse a largo plazo en la vida venezolana. Se trata de las Epístolas Catilinarias publicadas entonces por Francisco Javier Yanes, en cuyo contenido se anuncia el surgimiento de un fenómeno de prolongada influencia en el futuro, y de ardua erradicación. Afirma Yanes:

Mi amigo, yo no me cansaré de repetirlo: Ningún país del mundo ha pagado con más profusión los servicios que se le han hecho, que el nuestro; pero la corrupción, la disipación, han dejado a muchos hombres en una situación de que ahora no encuentran otro modo de libertarse que haciendo revoluciones a cosas del propietario honrado (…) Hombres de esta especie no son idólatras sino de sus sórdidos intereses: habiendo vivido siempre de los empleos y del desorden, aborrecen todo gobierno en cuya administración no pueden influir en beneficio propio (…) Desde luego, estos hombres acogieron el medio de vivir de empleos y de lucrar a costa del hombre honrado y laborioso. ¿Cuál fue este? Una revolución. Este es el modo de vivir más conocido en nuestro país, dijeron para sí: los pueblos se han familiarizado tanto con ellas que ya no parecen crímenes.

En ese crucial 1835 otro político de importancia, Tomás Lander, habla de una creación de la sociedad que no se superará con facilidad: El Feudalismo Militar. Los dos voceros importan porque, de un suceso que parece puntual, sacan conclusiones de largo plazo que pueden servirnos en el análisis de una influencia que todavía prevalece y preocupa. Si se recuerda cómo empiezan  en breve las turbulencias sociales, hasta conducir a la guerra civil, y cómo se busca desenlace en un oficial más apegado a sus intereses personales y al empuje de sus mesnadas que a la letra de la Carta Magna, José Tadeo Monagas podrá juzgarse sobre la profundidad y las posibilidades de continuidad del militarismo a través del tiempo.

El lector debe recordar que la propuesta de análisis que ya termina se detiene en los capítulos iniciales del republicanismo venezolano; es decir, en la parcela de unas raíces que habitualmente observamos sin escarbar de veras, sin asomarnos a los ingredientes del subsuelo ni a la calidad del abono que lo alimentó. En una especialidad de la historiografía, denominada Historia de las Mentalidades, afirmamos que las sociedades modelan su conducta a través de especificaciones establecidas en el lapso de su nacimiento, mediante pautas llamadas a permanecer a través del tiempo pese a los vientos del almanaque. Hablamos de la existencia de un manual fundacional que nos hace ser como somos en cada plazo del futuro ante los desafíos del entorno. Ahora se trató de consultar un poco ese ineludible libro de instrucciones legado por los antepasados, para tratar de mirar con ojos apacibles una paternidad incomprendida a la cual debemos un aporte capaz de concedernos peculiaridad.

Fuentes composición gráfica:

-José María Vargas / Martín Tovar y Tovar – Public Domain. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jos%C3%A9_Mar%C3%ADa_Vargas_by_Mart%C3%ADn_Tovar_y_Tovar.jpg

-Mapa de Venezuela para servir a la historia de las campañas de Independencia 1813-1819 – Agostino Codazzi – Public Domain.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Campa%C3%B1as_de_independencia_en_Venezuela_1813-19.JPG

-Retrato del Libertador Simón Bolívar–Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sim%C3%B3n_Bol%C3%ADvar_Retrato.png

-Istock.com/KariHoglund – Intervenida por LGA