Una relación utilitaria
Es un tema vasto y con ramificaciones, el de la relación entre la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y Hugo Chávez, primero, después con Nicolás Maduro. He aquí una síntesis en la que se destacan algunos indicios de un apoyo mutuo -Ejecutivo y Fuerza Armada- desde la práctica del socialismo del siglo XXI.
Es probable que la relación entre el estamento militar y Hugo Chávez haya sido construida, primero, desde la intuición del propio comandante, y luego, por los consejos que le dieron algunos personajes desde dentro y fuera -sobre todo- del país. Rocío San Miguel, quien ha estudiado el rol de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) en estos veinte largos años, habla en primer lugar -en el capítulo sobre la identidad militar del libro Elementos de una transición integral e incluyente en Venezuela: una visión desde lo local -de Norberto Ceresole, «quien sugiere a Hugo Chávez Frías solidificar la ecuación caudillo-ejército-pueblo como fórmula de la victoria política y militar».
El oriundo de Sabaneta de Barinas le hace caso. Allí arranca la primera de las contradicciones respecto a la Constitución que él mismo había abanderado, pues en la Constitución de 1999 se consagra la no participación en política de la Fuerza Armada, aunque con las salvedades a las que alude Juan Manuel Raffalli en este mismo Especial.
Para entender la relación entre Chávez y la Fuerza Armada, hay que remontarse a un periodo semejante -aunque haya quien ponga en duda esta similitud-: La dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958). El historiador Manuel Caballero, acucioso analista del siglo XX venezolano, señaló a su biógrafa Vanessa Peña (una tesis de la Universidad Católica Andrés Bello publicada en Libros de El Nacional) un par de diferencias entre ambos regímenes: Pérez Jiménez dirigió una dictadura militar en tanto el Ejército acaparaba todos los poderes del Estado. Dicho de otro modo, era la dictadura de la Fuerza Armada. El régimen de Chávez, decía Caballero, en cambio, «es un gobierno militarista puesto que, además del poder estatal, trata de militarizar a la sociedad y convertirla en un cuartel donde uno manda y los demás obedecen». Para Caballero, Venezuela no vivía en dictadura. Estamos hablando de 2007, año de estas opiniones.
En la relación de los militares con Chávez privó la conveniencia. Pero los unió, sobre todo, el resentimiento compartido ante la democracia bipartidista. Chávez representaba para muchos militares, si se mantenían leales, el ascenso seguro en su carrera, el desempeño de un importante cargo público más impunidad. Lo que tenían que dar era lealtad. Lealtad hacia adentro y resentimiento hacia afuera fue la fórmula que caracterizó el periodo 1999-2013. Existen muchos testimonios y ensayos que hablan de esa relación utilitaria.
En general, es decir, también en el campo civil, el movimiento bolivariano se explica a través del resentimiento: Muchos de quienes rodearon al comandante habían estado en la oposición, en una oposición eternamente fracasada. Conformaban una generación de perdedores políticos, allí están los resultados en cada elección; allí, los resultados del movimiento guerrillero. También fueron a dar al chavismo académicos sin muchos laureles sobre sus hombros (como Jorge Giordani u otros de la Universidad Central de Venezuela o de la Universidad Simón Bolívar) y simples burócratas de empresas públicas. Alguno, de PDVSA por ejemplo, llegó a tener el más alto cargo y ha sido cuestionado por su corrupción sin límites. O habían sido funcionarios más o menos mediocres de algunos entes cuyos jefes eran, acaso, copeyanos o adecos, los partidos del status.
A partir del resentimiento, común denominador, se solidificó una relación para gobernar pero, sobre todo, con tendencia al saqueo. Según afirma Rocío San Miguel en el volumen ya citado, la mayor recompensa a la que aspiraba la mayoría de oficiales entre los años 2000 al 2017 no era ser designado comandante de una unidad operativa de su componente, «sino jefe de alguna oficina de la administración pública con abultado presupuesto». Es perfectamente plausible. En el ámbito militar, el escándalo había iniciado con el Plan Bolívar 2000. Comenzaban a aparecer generales en funciones administrativas cuestionados por sus ilícitos pero nimbados por una aureola de impunidad. En el Plan Bolívar 2000 nunca aparecieron facturas.
El franco-catalán Ignacio Ramonet le hizo una entrevista a Chávez de unas 600 páginas, una verdadera hagiografía que, a pesar de todo, deja colar verdades. Queda desvirtuada la conseja según la cual Chávez ya era un comunista convencido antes de llegar al poder. No fue tan sencillo. Chávez sí fue, en sus comienzos como militar, miembro del comité central del partido de Douglas Bravo, el ex guerrillero. Seguramente, al mismo tiempo era miembro de La Causa R. En realidad jamás tuvo ideología alguna. Le podía atraer una idea o un libro, y envalentonarse con esa idea o con lo que dijera el libro, como cuando se refería a El descanso del guerrero, texto al que hacía entusiasmada referencia en cada alocución. Era una manera de conectar sentimentalmente con la Fuerza Armada, pero en realidad, se dijo poco después, el libro era un canto a la homosexualidad.
No hubo tanta afinidad ni tanta entrega, en realidad, de Chávez en la Academia y sus autoridades. Se constata en la entrevista de Ramonet: El graduado sale de la Academia y se encuentra rechazado por los militares tradicionales; incluso piensa en abandonar la carrera y dedicarse a estudiar en la Universidad de Los Andes. Cuando le cuenta su frustración ante el rechazo a su hermano Adán, que sí era un militante de la izquierda, más bien este quiere hacerle desistir de su intención y es quien lo pone en contacto con Douglas Bravo. Comienza, entonces, Chávez a hacer proselitismo entre militares, pero no obtiene la respuesta que espera; los militares venezolanos no están a favor del comunismo ni nada parecido. No le hacen caso. Al ver que el nombre de Douglas Bravo no cae bien en la Fuerza Armada, comienza a distanciarse, a establecerse por su cuenta. Y desde ahí se dirige hacia el Samán de Güere, comenzando a formar el movimiento que se llamará MBR-200. Se hace cada vez más independiente de Bravo, pero siguen en buenas relaciones.
Según el politólogo Juan Carlos Rey, fallecido hace menos de un año, el joven Hugo lo que quería era poder, tenía esa pulsión. Lo quería a como diese lugar. Si algo le estorbaba, pues lo apartaba.
Juan Carlos Rey siguió atentamente la evolución de Chávez y sus relaciones con las FANB. Llegó a una conclusión: El comandante, una vez en el poder, se da cuenta de que todo lo que ha hecho aún no tiene sentido; que carece del dominio completo de la sociedad. Quiere la revolución total, dominarlo absolutamente todo. Le falta un partido totalitario con su correspondiente ideología totalitaria. Tal es un constante deseo, el de encerrar a la sociedad en sus manos, movilizada. En los esquemas comunista o fascista, lo que manda a fin de cuentas no es el elemento militar sino el partido, porque es el partido el que podía tener formas militares de organización, de disciplina, y sin embargo no eran los militares quienes mandaban. Se suele citar a Mao Zedong como ejemplo de militarismo comunista; pues no. El poder venía del fusil, pero el partido manda al fusil, y nunca se permitirá que el fusil mande al partido.
Totalitarismo vs. ideología
Chávez -lo decía y lo escribía el politólogo Rey- siempre deseó el poder total y discrecional, tal vez por pura megalomanía y narcicismo. ¿Acaso no va para los anales de la histeria producto de una enorme frustración la rabieta que cogió cuando el referendo para instalar la reelección indefinida le dio negativo? No es que solo deseara el poder personal, sino aquel que dominara a toda la sociedad. Desde luego, hay una idea totalitaria en él pero con una diferencia ante regímenes comunistas y fascistas: La dominación de estos últimos es a través de un partido y no de una persona. La ideología de Chávez en realidad no importa, ahí pueden estar Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora o cualquier otro que le haya recomendado alguien que se le acercara. Lo cierto es que el partido era para ir a elecciones: tan solo un instrumento. Chávez era nuestro Luis XIV caribeño, él quiso encarnar el Estado. A final de cuentas, después de tanta lectura al voleo, de tanto escuchar a Fidel y a Ceresole, lo que quería era ser el Estado personificado.
El comandante sembró el militarismo en todas partes de la administración pública, y lo expandió como sustrato de la acción pública; como ha dicho el Padre Alfredo Infante, del Centro Gumilla, «el militarismo es un imaginario en el que el paradigma es la violencia; y ese militarismo está instalado en la lógica del Ejecutivo nacional». Este es, en verdad, el gran legado de Chávez. Tanto bregó que convirtió al país en un cuartel. ¿De verdad quiso dejar eso o era solo un camino para un fin ulterior de paz, igualdad y armonía?, ¿el país que quiso dejar Chávez es el de La Vega y el del Koki, una Venezuela que infunde pavor? Es difícil saberlo, quizá tuvo buenas intenciones dentro de su inconmensurable ambición de poder; pero no supo realmente cómo llevar a cabo su ideal de una Venezuela en socialismo y bolivariana. O tal vez no supo rodearse de la gente debida. Tal vez tuvo demasiados militares alrededor.
Épica y lenguaje ceremonial
Hay ciertos acercamientos o lecturas sobre la relación entre el líder y el estamento militar que solo caben en el terreno de la mera especulación. Pero, digamos, revelan un modo de estar en el mundo. Esto matiza o colorea la relación FANB-Chávez. Faltan estudios académicos al respecto, pero en todo caso conviene adelantar, tener en cuenta, tales lecturas y tenerlas como una aproximación enriquecedora al problema:
- La fascinación que suele haber en el ámbito militar por lo ceremonial, el oropel da la investidura y la cercanía al poder. Muchas veces, las formas y privilegios derivados de un determinado cargo o superioridad jerárquica constituyen un atractivo enganche.
- Los modos del habla, las expresiones de mando y/o belicistas: ¿No fueron una herramienta que Chávez supo manejar con arte hacia sus militares allegados? La jerga que da primacía a los verbos en imperativo, el tono engolado en la voz, esa particular manera de expresarse con una decisión y una firmeza propias del cuartel: todo eso forma parte de la comunicación que mantuvo hacia sus militares, públicamente. Era una puesta en escena permanente. Con guion. Esa verborrea altisonante llevaba, por carambola, un mensaje hacia la ciudadanía en general.
Hay algo curioso en el testimonio de Chávez a Ignacio Ramonet y a José Vicente Rangel, cuando estos lo entrevistan y el comandante les confiesa su fascinación, durante su etapa de servicio en Miraflores, ante las ceremonias del poder. Les dice que quedó prendado al ver a Carlos Andrés Pérez, entonces Presidente de la República, rodeado de su séquito. Una especie de deslumbramiento. Eso lo cuenta con absoluto desparpajo. El humilde soldado queda fascinado ante el ceremonial. Esa inclinación o tendencia suele ser una condición del militar, ese culto por el empaque y el gesto, lo reverencial y lustroso o abrillantado. Es el mundo de las medallas en el pecho y los llamados altisonantes al honor y a la patria.
En Chávez habitaban una cultura y una aureola que reconocían sus pares, sus congéneres, sus iguales y los que aspiraban a ser sus iguales. El día en que regresó a Miraflores (13 de abril de 2002) tras el golpe, allí estaban periodistas de todos los medios. Algunos comentarían la devoción mostrada por oficiales y soldados de Casa Militar por Chávez, el presidente convertido en héroe en razón de su regreso triunfal al poder. En toda esta historia, el carisma personal cuenta, y cuenta mucho. Negar ese carisma sería una tontería.
- Lo anterior puede resumirse como la capacidad de vender cierta épica y acompañarla de una gestualidad y un lenguaje; hay un registro conectado entre vocabulario y actitud bravucona, intemperante, altiva y a ratos soez. El vocabulario chavista se nutrió en buena medida -basta revisar los nombres que le daba a sus campañas electorales y a las unidades de apoyo en la calle o en el barrio- de batallas, combates, milicias, gestas independentistas. La frase «esta es una revolución pacífica, pero armada» encerraba una amenaza pero, al mismo tiempo, era un lazo echado al cuello al componente militar, de manera pública y notoria.
La jerga dominada por fonemas belicistas implicaba una intención: Podía ser una sentencia sin fórmula de juicio o el señalamiento a dedo de un enemigo para criminalizarlo. El sonido de lo militar no es solo el de los tanques y las botas desfilando; puede ser también la severidad gratuita en el tono de voz, la humillación pública del subalterno, el desafío a través del micrófono. Todo ello era su manera de relacionarse con la Fuerza Armada pero, desde luego, con el pueblo en general, al que le robó su protagonismo. Buscaba en su discurso, a fin de cuentas, menoscabar el discernimiento individual en cada masa que le escuchara.
Pensar como masa es como mejor puede pensar la tropa.
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